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04/23/2024
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Todos quisiéramos ser felices, pero no nos es fácil lograrlo. El problema es que creemos que solo obteniendo más de lo que este mundo nos ofrece, podemos tener la felicidad. El apóstol Pablo tenía una actitud muy diferente. Pablo escribió: “He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia: En todo y por todo estoy enseñado...” (Filipenses 4:11-12).
El apóstol había aprendido el secreto del CONTENTAMIENTO, cualquiera que fuera su lugar o circunstancia.
Dios es la única fuente de la felicidad verdadera. Dios no necesita nada ni a nadie para hacerle feliz; aún antes de que el mundo fuese, las tres personas de la Trinidad estaban en completa felicidad.
Dios hace que los creyentes sean felices, tal como Él lo está. Esto es necesario porque los creyentes no son lo suficientemente fuertes y buenos para hacerse felices a sí mismos. Dios les da todo lo que necesitan como Juan escribió: “de su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia” (Juna 1:16). Entonces los creyentes pueden estar siempre felices, porque aún y cuando tengan muy poco de lo que este mundo ofrece, tienen las bendiciones espirituales de parte de Dios. En Cristo tienen todas las cosas que necesitan.
Esta felicidad cristiana es llamada a veces, CONTENTAMIENTO. Pablo escribió:
“Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.” (1ª Timoteo 6:6-9).
“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque Él dijo: No te desampararé ni te dejaré.” (Hebreos 13:5).
La primera cosa que podemos decir acerca de la felicidad cristiana es que proviene de dentro. Es posible que una persona pueda dar la impresión de estar feliz simplemente por no quejarse, cuando en realidad en lo profundo de su ser, la persona esté inconforme. Pero Dios sabe realmente lo que uno piensa y siente. El rey David escribió: “Alma mía, en Dios solamente reposa” (Salmos 62:5), porque él sabía que ésta era la única manera para estar verdaderamente feliz. En forma semejante, esta confianza en Dios, esta felicidad que proviene de dentro del cristiano afecta la totalidad de su ser. David sabía que Dios estaba controlando todo; pero aun así, cayó en depresión porque no dejó que la verdad afectara su manera de pensar. Por eso escribió: “¿Por qué te abates alma mía y te conturbas dentro de mí?” (Salmos 42:5). Igual como David, nosotros tenemos que fijar nuestros corazones en el tipo de felicidad que comienza de dentro y nos hace completamente felices.
La segunda cosa que podemos decir acerca de la felicidad cristiana es que permanece aun cuando nos suceden tragedias o desgracias. Cuando los creyentes están en dificultades, se entristecen igual como los demás. Cuando otros están en problemas, los creyentes simpatizan con ellos. Oran tanto por ellos mismos como por otros que sufren, porque saben que el Señor Jesucristo es “poderoso para socorrer a los que son tentados”. (Hebreos 2:18). Aun cuando son tentados a quejarse, resisten la tentación. No se quejan de Dios, sino que le siguen obedeciendo y amando. En sus oraciones hablan a Dios de sus problemas, porque creen que Dios les puede ayudar.
Un tercer aspecto importante de la felicidad cristiana es el hecho de que es una obra de Dios. No es el resultado de un temperamento naturalmente feliz, ni tampoco es el resultado de escapar de la realidad. La felicidad cristiana es mucho más que un intento de “NO PREOCUPARSE”, porque contiene un elemento positivo. El creyente quiere estar feliz porque eso glorificará a Dios.
La cuarta cosa que podemos decir acerca de la felicidad cristiana es que lo que realmente hace feliz al creyente es hacer la voluntad de Dios. Los creyentes no son forzados a obedecer a Dios; lo hacen voluntariamente y encuentran que esto es lo que les hace felices. Cuando se ponen a pensar, se dan cuenta que no hay nada que les haga tan felices como la sumisión a la voluntad de Dios. Están contentos con dejar que Dios planee su futuro, aún y cuando los propósitos de Dios sean muy distintos a lo que ellos pensaban. De hecho, prefieren la voluntad de Dios antes que sus propios planes, porque saben que Dios entiende mejor que ellos, lo que les es benéfico. Dios los conoce mejor de lo que se conocen a sí mismos. Los no creyentes que creen que su destino está en sus propias manos solamente pueden tener miedo con respecto al futuro, porque un solo error o equivocación les podría conducir al desastre. Los creyentes no tienen nada que temer porque pueden encomendar su futuro a Dios y contentarse con la guía divina. Salomón escribió: “Fíate en Jehová de todo tu corazón, no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y El enderezará tus veredas”. (Proverbios 3:5-6). El saber que Dios tiene el control hace a los creyentes felices, no solo cuando están experimentando problemas, sino aún después, cuando ven hacia atrás y se dan cuenta como Dios los ayudó. Aún más, la felicidad cristiana perdura, no importando la clase de problemas que nos sobrevengan. Los creyentes no tienen el derecho de decidir cual tipo de sufrimiento experimentarán. Por ejemplo, no pueden decir que no están de acuerdo en perder sus posesiones, ni oponerse a perder su salud. Están felices cualesquiera que sean los sufrimientos que padezcan. Quizás una clase de sufrimiento venga tras de otro, hasta que la totalidad de sus vidas parezca estar llena de dificultades; no obstante, en lo más profundo son todavía felices. Quizás parezca que el fin de sus problemas no aparece; sin embargo, en lo más profundo de su ser son felices. Dios, quien ha planeado la totalidad de sus vidas es glorificado por ello.
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